La fábula lunar de la señorita Mónica Berry



Origen de colinas se rumora: Mónica Berry o Baszdberri o Basoberry o Echeverri o Errotaberrygorrigoikoerrotacoetxea pero lleva Berry por todo el cuerpo. En el pecho tiene una frambuesa. Se rumora igual que es gustosa, pudiente, humilde. Que conoce a unos y a otros, por sus cantos. Por sus lados además, le aplauden.

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De ojos lentos, la Srita. Mónica Berry se acerca y susurra bocados con voz triste. La última vez que la vieron, sentada a la altura de las cobijas, relataba una fábula de aves y vientos. Sabe muchas historias. Algunas las ha vivido, otras las intuye cercanas y se apropian de ella. Marca, desde fuera dice calma, velos párpados, manos livianas que a las olas desnudan. Casi en silencio la boca se hace risa y se le ponen los ojos gordos.

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Mónica Berry de puntillas hace equilibrios. Cruza los puentes como otros quemaran, y vuelve. ¿Vuelve? Siempre va, mas de volver sólo quizá.

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La Srita. Mónica Berry tiene una orquesta. Por las noches suena desaforada. Barrunta estertores lumínicos en código. Hay quien pone atención y se cree embelesar al contrapunto, porque es ineludible oírla. Mansa, la dirige una flauta.

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Iba Mónica Berry soñando en listones y arenas en rojas idas. Una planta, púrpura, se vuelve partícula de sueño y Mónica Berry vira pasos. Mira a media altura, calcula y anda.

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Le sorprenden los alunizajes. Ha presenciado varios, otros ha intentado. La leve arenilla de estrellas que levanta le llena el rostro de brillos y llueve en su canalillo. Y le suena el arribajo lejano y aciago.

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Mónica Berry tiene unos zapatos rojos. Los encontró a la vera de la playa cuando en saya huyó de casa. Con ellos escala las montañas, acopia nieve y la hace llover entre las manos. Patea globos en las vueltas que da por boreales neviscados valles. Y vuela en giros serrinados por meses. Hasta tres.

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Intermitentemente triste, área y subjuntiva, cansada ya del vehículo de sus andanzas, resuelve invertirse en pulsión. Satisfechas las dos, vuelve a dirigir la orquesta.
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La otra noche no fue un aliento suave. La conjunción sujeta increpó a la costumbre y se serenó. Ella tocaba las maracas con el papa negro, a saltitos, pian pianito, desconociendo su ritmo prenatural.

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A Mónica Berry le crecen los pies. Así se le rompieron los zapatos rojos: primero la hebilla, la horma, la suela. Luego el camino que se hizo suspiro cargado en la espalda. Anoche se cortó los dedos y me regaló el meñique.

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Sufre cosquillas en las sienes. Canas embrionarias, se dice triste de sentir la sal del mar. No sabe que son los pensamientos que deja su aroma cuando a saltos alza la cara y se le eriza la cresta.

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Mónica Berry disimula una mutación dual: la nieve le hace la boca cría y cerrar los ojos; el desierto le hace revolver las caderas -aunque no entiende bien el vaivén de la arena, ella, vaivén ella, arena-; pero cuando da candela, prospera su boca.

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